lunes, 4 de enero de 2010

Los Amantes

Habían decidido encerrarse en un alojamiento y tirar la llave por la ventana. No importaban las consecuencias, los días consecutivos sin comida, el contacto con el mundo o las veces que el conserje ¡y hasta el dueño de la posada! golpearan la puerta amenazando derrumbarla. De allí sólo saldrían en algún horario indefinido en el que las quimeras se vomitaran en palabras in-te-le-gi-bles y regresaran al origen de sí mismas, y se buscaran en una necesidad ajena a toda utilidad cotidiana, cargadas de contenidos sin formas y cedieran hasta extinguirse, hasta dejarlos muertos o más vivos que nunca en un territorio que no es el de la espera. Tan solo importaba el movimiento rítmico y acompasado de un rechinar familiar (¡no pares! ((¿estás cómodo?, ¿quieres que me vaya más arriba?, ¡jajaja!)) ¡mmmnpaars!) el reconocerse sin llamarse en aquella utópica idea de encontrarse, desgarrándose los cuerpos hasta encontrar el centro. De pronto, el humo invadiendo toda la habitación (el humo aguantado en paredes de cal y carne), los cuadros que se agarran y se esfuerzan por no caer descolgados en el desorden imperante de la habitación; una tele sin uso, en el suelo, adornada con despojos de ropas que quizá mañana se llamen trapeadores o estuches o bolsas de compras. Mientras tanto la ciudad se organizaba para encontrarlos, para sentenciarlos. El Cura, que el domingo hablaba de amor, ultrajaba a su pequeña hijastra en el mismo momento en que todo acontecía, cuando la muchedumbre enardecida lo proclamaba representante de la inquisición en las puertas de su propia mansión (¡la puta! ¿Qué ha pasado? ¡Vestite carajo, vestite!). El cura se apresuró a ponerse lo que encontrara primero. Por mala suerte había elegido el camisón de dormir que usaba su hijastra que estaba tirado en el suelo. Se apresuró a su balcón y dijo:


-¿Qué ha pasado hijos míos?, ¿es que acaso creen que un servidor de dios no puede descansar a estas horas de la noche? – dijo esto mientras trataba de acomodar el camisón para que no fuesen evidentes sus partes más nobles. Desde abajo se podía ver sólo una porción de su cabeza calva.
-¡Un pecado mortal se ha desatado padre! – grito un feligrés que jamás faltaba a ninguna de sus misas mientras la muchedumbre lo secundaba con afirmaciones.
- Dime, que ha pasado hijo…


Las voces mezcladas de todos gritando al mismo tiempo no permitían al cura entender lo que sucedía, incluso cuando ladeo su cabeza hacia ellos con su mano izquierda en el oído derecho e inclinando su cuerpo hacia adelante para estar más cerca- ¡Momento, momento!- volvió a gritar el cura levantando los brazos- Hijos míos, ¡Dios no los escucha si todos habláis al mismo tiempo! (¡madre de dios!).


De entre la multitud salió una vieja con las uñas pintadas y las cejas tatuadas y le respondió:


- En el alojamiento, padre, en el alojamiento están los dos amantes en contra de las leyes de dios.
- ¿Cómo? ¿Qué pasó?- preguntó el cura.
- ¡Es espelúznate padre! Esa mujer levanta el nombre de Dios cada dos segundos.
El cura que sentía aun la humedad de unas lágrimas inocentes en sus brazos peludos replicó:
- ¡Madre de dios!
- Sí ¡eso es lo que dice también! ¿Cómo lo supo padre?- preguntó sorprendida la beata mientras admiraba al cura adivinador.


El cura se alejó de la ventana y buscó su ropa en el armario para vestirse. Cuando hubo terminado la operación, las puertas mecánicas de ingreso a su mansión se fueron abriendo lentamente dejando salir al pequeño y regordete cura.


Ya abajo, la muchedumbre enardecida ya tenía pensada la sentencia y el cura asentía a todas las formas de ejecución de los amantes.


-¡Hay que quemarlos vivos! ¡Dios los castigará por semejante infamia!


Mientras tanto, en la plaza de la ciudad un payaso cantaba la canción de los amantes, sangraba gotas de agua con azúcar por los ojos y hablaba sin lógica como un borracho, un loco o un niño soplándose la nariz con una sábana de imitación de seda. Cantaba la canción acompañado de un acordeón de plástico que cabía perfectamente entre sus dedos meñiques.


…¡Si la vida fuera una pelusa!
Volaría en tus brazos de viento
Nadaría sin miedo hacia el centro
Viviría en tu ombligo, no miento.
¡Ay, wawitay! ¡Si la vida fuera una pelusa!


Los amantes se extinguían. Los amantes renacían. Los conjuros surtían sus efectos. La muchedumbre se acercaba. En la intimidad de su habitación un estudiante escuchaba de fondo Geni y el zepelín de chico Buarque. En el sur alguien moría de frío. Del basurero salía una mosca que, mareada por el plástico, zigzagueaba y se chocaba contra los cristales y contra la gente. Un transeúnte que doblaba la esquina ahuyentada a la mosca de su rostro que se encontró de frente con la muchedumbre. La mosca dobló con él y voló hasta posarse en el dedo índice del cura que en ese momento dijo:


- ¡No ha de permitirse adulterio en la ley de Dios!


Las puertas del alojamiento cayeron a manos de la muchedumbre que entraba ante la mirada atónita de otros huéspedes del alojamiento. Ingresaron hasta la habitación 27 en el primer piso. Forzaron la entrada. De pronto, todo quedó en silencio: en la cama, en el centro de la habitación sólo encontraron cenizas que traspiraban un humo que olía a incienso. La señora que vendía anticuchos en la esquina llevó su puesto a puertas del alojamiento esperando la salida de la muchedumbre hambrienta de venganza.


Texto: El colgado

2 comentarios:

  1. ¿Cualquier semejanza con la realidad es pura casualidad?

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  2. ¡Exactamente anómimo! la realidad nos traspasa y sobrepasa: podría ser real, claro, pero a quién le importa. Cada quien se queda con lo que le toca. Gracias por comentar.

    El colgado

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